viernes, 7 de agosto de 2009

El club de la bicicleta

Frau Frauke tiene setenta y siete y vive sola por convicción.
Desarrolló una carrera en una Firma que fue su vida y a su vez la empresa le devolvió eso, una vida.
Es de una época donde todavía existía el concepto de jubilarse en la empresa en la que trabaja desde hace veinte años, mínimo, y con fiestita y regalo incluído de despedida.
No tuvo hijos.
Sus sobrinos ocuparon espacios generados por sus necesidades, y en la actualidad se ven un par de veces por año.
Su última pareja falleció hace quince años, y desde entonces vive sola y lo disfruta.
Toda su energía está puesta en el club al que se unió hace dos años.
Entrenaron los últimos catorce meses para realizar una travesía en bicicleta por Suiza.
Sus compañeros son contemporáneos a ella.
Jubilados de su trabajo y solos, en su mayoría, de familia o pareja.
Todos encuentran en este club su mejor fuente de objetivos y ganas de futuro.
Cuando estaban a siete horas de comenzado el recorrido, tantas veces entrenado, Frau Frauke tuvo un problema mecánico, y se accidentó.
La trasladaron de urgencias a un hospital en Suiza donde le operaron las fracturas expuesta de brazo y pierna.
Ya estabilizada la trajeron a este hospital en baviera.
Está desde hace tres días en lucha absoluta con la ronda médica de todas las mañanas.
Se quiere ir a su casa.
Ellos consideran que, al vivir sola, debería aún quedarse una semana.
Ya me arreglo sola sin problemas, les dice.
Esta mañana me la encontré en la terraza donde leo y escribo.
La estaba buscando para despedirme, me dijo emocionada, finalmente me dejan ir a casa.
Me contó en voz baja, como en secreto, que ya estuvo comenzando a organizar su entrenamiento para ir recuperando de a poco su estado físico.
El próximo verano quiere participar de una travesía en bicicleta cruzando los alpes.

jueves, 6 de agosto de 2009

Augen zu und durch

Augen zu und durch, se utiliza acá en situaciones como la que viví en la última semana. Vendría a ser un Cerrá los ojos y pa delante...

Sábado 1.08.09 21:30 Hs.

Estoy entrando en la camilla al quirófano.
Me recibe el anestesista que demuestra hasta menos ganas que yo de tener que estar un sábado a la noche ahí. Me parece que lo interrumpí en algo más interesante. Hubo un intercambio de miradas entre él y yo, nos dejamos en claro que ninguno de los dos quería estar ahí.
Te acompaño en el sentimiento, golpecito en la espalda y a seguir con los formalismos.
Ya está todo dispuesto, el cirujano acaba de llegar, otro al que interrumí en este sábado de verano a la noche.
El anestesista mientras con una mano me inyecta y me endroga me susurra, cual terapista ayurvedista zen, respirá hondo, relajate, pensá en cosas lindas, tranquila.
En ese momento, debo confesar, mi umbral de buen humor estaba muuuy bajo, y este pseudo profesor de yoga me indignó, a tal extremo, que el último pensamiento que tuve antes de hundirme en algo de lo que después me costó salir, fue, que embole, si ahora palmo lo último que escuché fue a este tipo ...
Obviamente, si estoy aquí sentada escribiendo es que todo salió bien, volví a casa hace un rato, sin apéndice, con la panza llena de grampas y el anestesista ese sábado a la noche volvió de donde tuvo que irse de emergencia totalmente convencido que es un crak en clases de relajación.




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